
Mi nombre es Sadio, un joven de Senegal que ha crecido en una familia modesta y religiosa. A los 17 años tuve que abandonar mis estudios debido a las tragedias políticas, y esto fue el catalizador de mi decisión de buscar un futuro mejor en Europa.
La marcha hacia lo desconocido
El 4 de Septiembre de 2022, con sólo 20 € en el bolsillo llegué a Casablanca, la segunda capital económica de Marruecos. No estaba solo en esta aventura, sino con compañeros originarios de Senegal, Costa de Marfil, Mali y Guinea, que compartían mi misma ambición. Un amigo me dio la bienvenida al lugar y su tío me acogió. Con él pasé mi primera noche.
Mis primeros pasos en Marruecos
Al día siguiente, y sin dinero en el bolsillo, encontré a un hombre en un café que me ofreció una oportunidad. Me propuso un trabajo de lavado de autos a domicilio, y aunque yo nunca había realizado ese trabajo, acepté. Me adapté rápidamente, conduciendo motos para transportar el agua necesaria. Trabajé asiduamente durante un mes, ahorrando dinero para poder continuar mi viaje.
Dirección Agadir: El reto del campo
Con mi economía me dirigí a Agadir para reencontrarme con mi primo. Allí trabajé siete meses en los campos, afrontando condiciones extremadamente difíciles. Cada día era una prueba para mí, pero mi determinación por llegar a Europa me dio fuerza para continuar.
La travesía del desierto hacia El Aaiún
Aquí es donde realmente comenzó el infierno para nosotros. Para llegar a El Aaiún, punto de salida a Europa, teníamos que recorrer una distancia de 632 km . Éramos catorce o quince personas hacinadas en pequeños coches 4×4. Pasamos la noche entera rodando por caminos sin asfaltar y llenos de baches, hasta que alrededor de las 5 de la mañana llegamos a una carretera transitable.
La agonía en el desierto
Después de una breve pausa al lado de una construcción aislada, nuestro conductor marroquí intentó agredir a una joven que viajaba con su hijo de 3 o 4 años. A pesar de sus amenazas armadas, le hicimos frente y no permitimos que lo hiciera. El hombre, furioso, nos abandonó en medio del desierto, dejándonos indefensos y dispersos.
Contactamos con un chico de Senegal para que nos fuera a recoger. Llegó sobre las 6 y nos exigió el pago del viaje. Ya habíamos entregado al transportista marroquí todo lo que teníamos, así que mi primo y yo le ofrecimos nuestros teléfonos como garantía. Los rechazó, pero pudimos negociar con él y al final aceptó el trato. Nos llevó a la ciudad.
Cansancio, falta de sueño, calor
Fue entonces cuando aparecieron los guías. Nos dijeron que pasaríamos la noche en el bosque porque la policía estaba controlando por todos lados. Nos dieron sábanas, ollas y algo de comida para cocinar y comer. Dormimos allí 3 días.
Esperamos al anochecer para escondernos y entrar en la ciudad. Cuando llegamos entramos en la primera tienda que vimos abierta. Mi primo estaba enfermo a causa del polvo de las tormentas de arena que se desataban entre el día y la noche. Se lo explicamos al tendero y le preguntamos si podía ayudarnos. No teníamos dinero, pero el hombre aceptó y nos ofreció un blíster de Doliprane, agua y algo para comer.
Al día siguiente su estado empeora cada vez más, pero entonces los guías nos llevan a un foyer. Los foyer son lugares en Marruecos donde se encierra a las personas migrantes. Veinte personas en una habitación sin salida. Sólo una de ellas, designada como encargada de la gestión del lugar, podía realizar una salida nocturna para buscar comida. Nos quedamos allí 15 días.
Una noche, alrededor de las 3 de la mañana, llegó la policía y derribó la puerta. Los policías nos arrebataron los móviles, asegurándose de que nadie estuviera grabando lo sucedido, o llamando por teléfono. Posteriormente nos registraron para ver si llevábamos dinero encima. Después nos metieron en una furgoneta y nos llevaron a la cárcel.
La marcha de la desolación
En aquella prisión nuestra libertad dependía del número de personas recluidas. Si éramos entre 45 o 50, un autobús se encargaba de llevarnos a la frontera entre Marruecos y Argelia, y a eso lo llamaban «devolución». Pero como aquel día sólo éramos 26, tuvieron que salir a patrullar de nuevo para lograr juntar un mínimo de 45 o 50 personas. Es por ello que tuvimos que estar allí encerrados durante 3 días.
La policía marroquí nos dejó a 15 km de la frontera argelina, advirtiéndonos de los peligros asociados a la presencia policial a plena luz del día.
Agotados y deshidratados, emprendimos esta caminata bajo un sol abrasador. En el camino, una mujer de Costa de Marfil se desmayó con su bebé, lo que ilustra la brutalidad de nuestra situación.
Conclusión
Mi viaje es un reflejo de las dificultades por las que pasan muchos emigrantes africanos en busca de una vida mejor en Europa. Cada etapa es una lucha por la supervivencia, marcada por encuentros que a veces son benévolos y a veces hostiles.
Hoy en día, en Europa, concretamente en España, llevo conmigo las cicatrices de este viaje, pero también la esperanza por un futuro más radiante.
Autor: Sadio