
Cuando era pequeña, después de salir corriendo dejando a mi madre atrás, tirada en el suelo, solía sentarme en la vereda de mi casa mirando a la montaña. Siempre en compañía de mi perrito «Negrito».
Mi madre tenía más dolor en el alma que en el cuerpo, pues mi padre le pegaba. Cuando se levantaba, dolorida, para ir a buscarme, sabía que yo siempre estaba allí. Porque la montaña era mi fiel confidente, y sólo ella me calmaba.
Hoy echo de menos a ese gigante cariñoso, y echo mucho de menos a mi madre.
¡Mujeres! No dejéis que os hagan daño.
Teresa Ángela
Una respuesta a “Mujer”
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Muchas gracias Ángela, por compartir tu historia, y por tu potente mensaje. No podemos dejar que nos hagan daño.
Y yo me permito añadir: ¡Mujeres del mundo! No podemos volver atrás. Cuesta mucho conseguir derechos, pero es muy fácil perderlos.Me gustaMe gusta
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