El viaje

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– Fuente Internet –

Ventanas llenas de luz incapaces de llenar de vida una habitación llena de lágrimas interiores. Interiores llenos de ti, mi hermano. Ese que estuvo a mi lado en los tiempos difíciles. Ese que supo protegerme, y en el que cientos de noches me acurruqué huyendo de nuestro secreto.

Finalizaba así una semana exótica y especial en mi vida. Ese día me despedía de aquella lejana universidad, en una ciudad alejada de Moscú, en un país lejano de mi país.

La noche anterior la dueña del pequeño apartamento donde me habían alquilado un pequeño rincón con un sillón para dormir, me entregó un paquete envuelto en papel de periódico. En su perfecto inglés que mi pobre dominio intentó traducir, me enteré que era de parte de su esposo por mi despedida de aquella ciudad.

Ahora me encontraba en una ruidosa y alegre despedida, donde no comprendía qué decían todos, pero me reconocía como centro de atención.

La única persona con quien podía intentar hablar era la traductora del ruso al inglés que había contratado para que me ayudara en las reuniones de trabajo. En un momento puso en mis manos un pequeño objeto enviado por su esposo que nunca llegaría a conocer. Un llavero construido con una rodaja cuidadosamente cortada de una nuez se convertía así en otro inmerecido homenaje.

En el momento que identifiqué como el final de la despedida, una de las profesoras de mejillas coloradas me extendió una bolsa plástica con varios de los alimentos que habíamos estado consumiendo. Con su mirada me indicó que me servirían para el largo viaje en tren que me esperaba a continuación.

Ya en medio del viaje, casi a punto de ser vencido por el cansancio y sueño, la compañera de camarote, una señora de mirada bondadosa, me extendió una manzana de la bolsa que tenía sobre sus piernas.

Así caí dormido pensando, o soñando, que la bondad y la maldad no saben de fronteras, no necesitan pasaporte.

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